3.4.11

Paseaba por las calles vacías descuidando la mirada y el paso entre las sombras que las farolas dejaban. Andaba por ese margen, ese limbo de oscuridad que todo lo oculta, bailando con la noche y soñando con la luna y las estrellas.
De repente, el parque, la hierba meneando su cintura y los árboles cantando con sus hojas.
Me senté. Me eché. Primero cerré los ojos y luego los abrí para no ver nada y ver todo. El cielo puede llegar a ser tan infinitamente grande y pequeño. Todo lo que cabe en tu vista y lo que no.
Y entonces en unos de esos suspirares a la inmortalidad de lo eterno, me desvanecí en el lodo del éter. Sin sentir, sin pensar... sin nada. Nada más que nada. Lo que nunca hubo y lo que nunca habrá.

0 críticas constructivas: