Las calles seguían vacías y el suelo frío y húmedo. No dejaba de llover. Emma veía tras la el cristal cómo los paraguas se movían ahí abajo. La gente iba y venía agena a lo que el resto hiciese. El movil que no suena, hay que comprar sal, no me van a dar ese ascenso, otra vez lluvia, se me ha olvidado la tarjeta... cada cabeza huía de la realidad a bordo de su propio pensamiento.
Sacó su pensamiento de la realidad y lo volvió a sumergir en su mundo. Encendió un cigarrillo y lo respiró con el cacho de pulmón que le quedaba. Nada, seguía sin haber nada que contar, ni una pizca de luz y color dentro de su mente gris. El humo iba correteando por la habitación hasta escaparse por la puerta entreabierta. A Emma también le hubiese gustado que su cuerpo se pudiese deslizar por el aire como ese humo que jugueteaba hasta alcanzar la escapatoria. Ella antes solía tener buenas ideas, se solía inspirar, solía dar aluz tantos pensamientos.... pero ahora su cerebro estaba seco, no sabía si por el alcohol o por las penas. Todo se había secado desde que...
Volvió a asomar la cabeza por la ventana, pero esta vez no vio nada, no vio gente ni edificios ni estrellas, ni lluvia. Recordó el color, el olor a felicidad y las prometidas mariposas. Realmente fueron efímeras, tanto que desaparecieron en un solo golpe para no volver. Y con ellas, también murió su esperanza en algo nuevo y el color. Los sonidos también se fueron, la música desapareció y dejó de ser un desliz de notas para convertirse en el ruido de los tubos de escape y los portazos sordos. ¿Y los aromas? El olor también se fue, la esencia a rosa se convirtió en olor a wisky y humo de tabaco barato. Todo se transformó con una sola palabra.
- Ven a tomar café.
- Hemos quedado a las siete y media.
- Abre, estoy en tu puerta.
- Déjame prepararte algo rico, últimamente no comes nada.
Todos esos amigos cargados de buenas intenciones se desvanecieron después de tanto tiempo de mismas palabras. Emma no se daba cuenta de que estar encerrada en su mundo no le iba a servir de nada más que para destruirse a ella misma. Ella pensaba que estaba viva porque solía respirar, dormir y comer algo... y fumar. Pero no se daba cuenta de que vivir no es sobrevivir, y que para vivir se necesita una ilusión, aunque sea la de ver el sol todas las mañanas.
Después de un año seguía sin aceptarlo, y eso se había convertido en su tumba, en sus grilletes que la ataban a ninguna parte. Su musa se fue, y se llevó el brillo de su mundo.
Un día, en una de las veces que se asomaba a la ventana para contemplar la vida de los demás sin asumir responsabilidades de vivir la suya vio algo distinto; había un gato. Al principio no se dio cuenta, Emma estaba tan metida en su cáscara de algodón y roca que no se percató de que algo distinto podía ocurrir. El gato se acercó y con su nariz húmeda le rozó el brazo, luego fue abanzando y le rozó la mano con la cabeza suave y lisa. Ella se quedó mirandolo fijamente y sorprendida, como si nunca hubiese visto semejante animal. La había tocado, lo había sentido... era suave, ya no recordaba lo que era eso casi.
- Suave.
Sonrió y lo volvió a tocar. Sonrió, y le puso un plato con leche y decidió salir a la calle a comprar atún.
Al día siguiente volvió a escribir.
6.2.11
Publicado por Kaede en 1:51
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